ZAGALA

Paseando por la orilla de aquel río
que yo amaba
me senté con complacencia
a contemplar sus orillas
y a entretenerme con sus aguas.

De ellas brotaba tu rostro,
vi esculpida tu cara,
tu sonrisa floreciente
y tus ojos negros, negros
que los devoraba el agua.

Seguí con tu mirar
manteniendo tu mirada
y vi reflejada en ella
la pureza de tu alma.

La corriente no lo mueve,
solo la zarandeaba,
los peces se alimentaban
bajo tu sombra zagala.

Llegó la noche en el río
y floreció la mañana,
seguí mirando a mi río
y tu sonrisa aún estaba.

Tu rostro y su negrura,
vida, de tus ojos emanaba,
brotándole la sonrisa
de lado a lado de tu cara.

Antonio M. Medina