Sí, era verdad, y… fue de noche
cuando las estrellas iluminaban
los senderos, dónde antes caminaban
las pezuñas de animales
y el arriero las seguía sin preocuparse
del destino que ellas llevaban.
Nada importaba, sólo vivir con
la sonrisa en su cara
y una guindaleta que sujeta su pernera.
Mientras, realizaba su tarea
de hacer metros de cuerda de palmera,
con las manos
llenas de cayos
por el tiempo trascurrido en su lobera.