UN SOPLO DE AIRE FRESCO...


Un soplo de aire fresco le despertó una mañana. Se enfunda en sus pilas y el muñeco presuroso saltó de la cama, dejando las sábanas preñadas de sueños, de paz y de calma. Con sandalias nuevas cruzó la ciudad, que en vez de ciudad, sería ciudadela. El frío que la noche regala, no siente su ansia, no impide caminar a pesar de la escarcha. Las baldosas crujen, de ellas mana fuego junto a sus pisadas. Pletórico de vida busca una sonrisa que alegre su alma. Praderas de Duendes le incitan, le atrapan. Los Gnomos le soplan en la cara. Desde una habitación pequeña y destartalada, sin mantas, su curiosidad le lleva a su habita. Él ya se diluye y siente que manan de él los espíritus que placen convulsos en toda la estancia. Sus ojos tropiezan con las sillas. Una pequeña mesa le contempla y habla, el armario le susurra, su voz es de grana. Él abre una hoja. Su alma se cierne en pequeña súplica incensada. Entre corredores, se pierden… se quieren… se aman. Su recuerdo aflora por la vieja cámara… Él cierra su hoja de armario que duerme y se aferra a ella concienzudamente, consciente, pertinente. El hombre se muere. No quiere dejarla. Su dolor le enviste y quema sus naves por el continente. La niña le mira y sonríe y llora. Él ya no suspira, vuela sobre su montaña. Por las galerías ella aún le guía… a pesar del tiempo su vida es la vida. Galopan ligeros en caballo tordo… sus alas protege el viento que corre, que vuelan suspiran… es su primavera…

A. Molina Medina