Mi cuerpo se
adhirió a la nada.
La luz le
abandonaba en su camino.
El agua se
escondía de los ríos
por donde pasaba
secando su cauce,
pero la fe que
su alma profesa
le hace caminar
por firmes veredas.
Su calor le
provoca el sustento,
calienta su cuerpo
y hace posible
el milagro del
pan y los peces,
los que atrapa su esqueleto.
Cobijados
sentidos.
Milagroso el
sostén de su aurora,
que sin ella hoy
sería
un muerto
viviente
con cabeza
serpiente.
Sin pena ni
gloria.
Molina