Mil besos yo te daría.
Mil rosas
encabrioladas.
Mil corazones
sensibles,
que por tu vida
pasaran y
con fuerza
loada.
¡Con qué tromba
caen de mi alma!
Mi corazón se
estremece,
se confunde con
su agua.
Lágrimas de
serafines se
acumulan para
salir y yo
las dejo fluir
por los surcos de mi cara,
que me hacen
llorar… que me hacen reír...
De sufrimiento
es la vida,
también de brezo
y de luna.
Mi corazón se
ajetrea y
se encontró una
fortuna,
fortuna que no
merece sueños
que desde la
cuna
su madre en
cuentos contaba.
Él la miraba a
la cara y
como una luz
azulada
se apoderaba de
su alma.
Mientras su dama
sonríe
con sus
dientes de alabastro,
él sólo la mira
la sigue observando
perforando una
sonrisa
de sal y dulce
en sus labios.
¡Cómo la quiere!
¡Con qué fe la contempla!
¡La seguirá
contemplando!
Quererla, sólo
quererla
es lo más
recomendado.
Aunque sus ojos
le duelan,
aunque de
soledad un hartazgo,
nada ni nadie en
el mundo
será capaz de
destruir
lo mejor de su
legado
para morir en
sus brazos.
Antonio Molina
Medina