Federico estuvo contigo ¡El muy puñetero! Yo vi como
se deslizaba por la sala y en cuerpo entero. Sigiloso nos miraba y yo observe
que su cara era la que me protege, incluso desde mi almohada junto a su risa y
me dijo:
¡Qué calor brotó en su noche!
¡Qué dolor sintió su alma!
Su, corazón, zozobra ante todo el poderío que su
sombra nos regaba.
¡Cómo se mecían los mimbres!
¡Qué cerquita estaba el agua!
Y él, solo y voluptuoso con ansia, solo miraba…, la
minaba. Federico le da vida. ¡Nos abrazaba su cuerpo al borde de la mañana!
Suspiros… sólo suspiros, brotaban desde su casa. Son los
pasos de Bernarda la que corría por la estancia. Sus hijas la acompañaban, con
el calor de la noche, noche nochera del alma. Mientras el Romano habla. Sueños
de agua y fuego se conmueven entre lágrimas, la Luna nos alumbraba. Y yo miraba
su cara junto al yunque de la fragua, donde nacían sonidos huidos de un
corazón, envuelto en lino y estraza.
Antonio Molina Medina